jueves, 9 de septiembre de 2010

CAE LA NOCHE

Cae la noche. Nos cautiva, nos despierta, nos domina. Nos seduce y nos atrapa. A veces es fiera, sucia y arrogante. Otras veces solo nos lleva por caminos inquietantes, calmos, impuros. La noche gime, nos da placer, nos hace adictos a su extraña y espumosa libido. Ella es traicionera. Cuando menos lo esperamos, nos clava un puñal por la espalda. Tratamos de evitarla, pero es imposible no caer en sus garras. Su tentación nos excita, nos enloquece, nos hace más humanos. Ella nos lleva al vicio y a la trampa, a jugar a ser otros y a mentir sin razón. En ella interactúan el goce y el dolor extremo. Pero ella nos pertenece, al igual que nosotros a ella. Cae la noche una vez más en la ciudad. Con su jugosa y peligrosa oscuridad. Las luces la opacan, la encienden, la emborrachan. La luna es su guía espiritual, ella nos marca el camino, siempre perfecta y resplandeciente. La noche es larga, muy larga, más larga que el mismísimo día. Ella es testigo de amores, engaños y batallas. También nos divierte, nos distrae, nos cuenta verdades. Nos hace sentir vivos, nuestra carne por fin tiene un poco de sentido. La noche es sangre, dulce néctar animal que enardece. La noche es sudor, adrenalina y desamor. La noche es lágrimas, gotas de cristal que despojan nuestras almas. La noche es miedo, terror, el culto a Belcebú. El corazón palpita ante el enemigo azul. La noche es arrabal, bailanta y rocanrol. Miles de corazones palpitan en busca de una razón. Tal vez una ilusión. También es fútbol, pasión y descontrol. Un sentimiento sin explicación. Cae la noche una vez más en la ciudad. Los pájaros vuelven a sus nidos, dejándole su lugar a los vampiros. Son seres despreciables, sus víctimas caen rendidas ante sus incesantes mordidas. Cae la noche en mi ciudad, en mi barrio y en mi habitación. No tendré mas remedio que enfrentarla, tal vez mañana ya no esté para poder disfrutarla. Y solo la noche podrá contarme esos secretos eternos, inconscientes, que solo podré hacer callar con mi propia, involuntaria muerte.

LA MOSCA ROJA

Insectos. Todo se reduce a insectos. Pero ninguno es tan peligroso como la mosca roja. Hace bastante tiempo que tengo que convivir con ella en esta habitación. Y debo decir que le tengo un miedo repulsivo, que se acrecienta con el paso de las horas. Todo empezó con la visita de mi amigo Johan el mes pasado. Se lo veía muy nervioso y cansado. Me advirtió sobre el poder del opio, pero nos conocemos desde hace varios años. Sabe que me gusta mucho experimentar con él. Lo malo es que estoy pensando seriamente en que ella no es una alucinación más. El otro día la sentí dentro de mis neuronas. No me atreví a cazarla, al intentar hacerlo me dio un terror escalofriante. Sólo me escondí entre las sabanas, como de costumbre. Se podría decir que estoy llegando al extremo de la paranoia. Escucho zumbidos a cada rato, y puedo ver cualquier cantidad de insectos metiéndose por los ángulos más increíbles a través de las paredes. Los otros son negros, parecen escarabajos, pero más grandes. He llegado al punto de tolerar que estén cerca mío, sin necesidad de molestarnos mutuamente. También le temen a ella, y saben que sólo aliándose a mi podremos combatirla juntos. He tapeado la puerta y las ventanas. Le tengo un miedo atroz, pero al mismo tiempo la necesito. Pero hoy es diferente, hoy es el día en que voy a atreverme a cazarla. Es una tarea muy difícil, pero la última dosis ya está haciendo efecto en mi cuerpo. Y sobre todo en mi mente. Mi cerebro es una bomba de tiempo a punto de estallar. Empiezan a salir los primeros insectos. Son cientos, miles quizá. La pared de color acre empieza a tornarse de un color oscuro, yo los he llamado y ellos vienen a mí. Ella es muy poderosa, sabe como zumbar falsamente y confundir mis sentidos, aunque esta vez no la dejare meterse en mi cerebro. Ellos entendieron mi mensaje, ahora son mis aliados. Veo un tumulto cerca del placard. Es ella, sin dudas. Empieza a derribar insectos de una manera asombrosa. Intentan detenerla entre uno, diez, cien escarabajos, y todos perecen en el intento. La siento muy cerca mío. Puedo vislumbrar su enorme poder viniendo hacia mí. Estoy preparado para el gran golpe. Están golpeando la puerta. Debe ser el servicio de cuarto. Oigo voces que pronuncian palabras que jamás llegaré a descifrar. La mosca roja es cruel, mortífera, no deja rastros tras su paso mortal. Las paredes negras van volviendo lentamente a su color natural. Los está aniquilando, y yo sin dudas soy su última presa. Su banquete final. Cae el último escarabajo y el fin está muy cerca. Ahora somos dos. La mosca roja y yo. Sólo uno de los dos quedará de pie. Preparo el golpe final. Empiezan los primeros zumbidos, intenta confundirme. Pero ya conozco sus trucos. Sólo la puedo meter en el frasco de vidrio. Quizás la podría vender en el mercado chino, sería una gran atracción. Pero es muy viva y rapaz. Es el insecto más mortífero de todos. Estoy sudando mucho, miro para todos lados. La he visto. Viene hacia mí a toda velocidad y esta vez parece que es definitivo. Es muy rápida, y es mortal. Me engaña nuevamente con uno de sus trucos. Ingresa en mi cerebro. Un sin fin de sensaciones invaden mi mente. Ya no distingo entre el dolor y el placer. Mis cinco sentidos se reúnen en uno solo. La paz infinita se acerca, ella es un ser muy sabio. Solo quiero que este momento sea eterno. Pero el tiempo pasa, y el opio se ha acabado otra vez. Y ella tiene mucho trabajo por hacer. La mosca se va en búsqueda de nuevas presas. Oigo voces nuevamente, aunque ahora logro divisarlas mejor. Es Johan. Seguramente me trae una nueva ración. Mi cara es pura felicidad, se me hace agua la boca de sólo pensarlo. La mosca roja volverá a visitarme próximamente.

domingo, 11 de julio de 2010

Los ojos

Están delante mío y casi no parpadean. Apenas puedo respirar del miedo que tengo. El sudor corre por mi frente. Esos ojos no son humanos y no dejan de mirarme. Todo esta oscuro y en silencio. Solo veo sus ojos, como dos faroles en la oscuridad y apenas le queda cera a la vela. Ya no me queda tiempo y no puedo hacer nada. Y cuando se consuma ya no tendré chance alguna de actuar, pero tengo el cuchillo. Antes que nada al que encuentre este papel, si es que alguien lo encuentra, mi nombre es Héctor, y los acontecimientos fueron inevitables. Todo comenzó cuando volví de mi trabajo, a eso de las siete de la tarde. Como de costumbre, me recibió mi perro, Vito, con su habitual entusiasmo. Me cambie y me recosté en el sillón para ver el noticiero. Estaba descansando, tranquilo, hasta que escuché un ruido ensordecedor en el sótano. Luego se cortó la luz. El perro empezó a ladrar enloquecido. Al principio no supe que hacer. Ese ruido fue como un rugido, un grito de una voz que nunca había escuchado. Pero junte valor y fui hacia la cocina. Abrí el armario para buscar la linterna, pero al probarla me di cuenta de que no tenia pilas. Tendría que usar una vela. Encendí una. Y por las dudas agarre un gran cuchillo doble filo. Estaba preparado para ir hacia el sótano. Quizá era una rata que se había electrocutado o solo era mi imaginación y simplemente habían saltado los fusibles. O era lo que yo más temía. Junte coraje y me dirigí hacia la puerta del sótano. Rogué a Dios por que no fuera eso. Un aura indescriptible parecía salir por debajo de la puerta, y entonces temí lo peor. Cuando abrí la puerta, me di cuenta de que algo andaba mal. Un olor nauseabundo emanaba de allí abajo. Empecé a bajar muy lentamente las escaleras. Vito me siguió detrás, gruñendo. Los fusibles están bajando la escalera. Me dirigí hacia allí. Alumbré hacia la compuerta y me di cuenta de que estaban totalmente desgarrados. Algún animal o algo por el estilo lo había hecho, sin duda. Pero ¿Que clase de animal haría semejante desastre? ¿Acaso un león, un oso? Era imposible. En ese mismo momento sentí su respiración. Se me paró el corazón. Esa cosa estaba ahí, sentí su presencia. El olor era insoportable. Sabía lo que me esperaba. Me di cuenta que el piso estaba pegajoso. Alumbre con la vela hacia la inmensa oscuridad del sótano. No pude ver nada. Pero cuando alumbre hacia la vieja biblioteca, pude ver una sombra moverse rápidamente. Casi sin darme cuenta, el perro se le fue encima, y pude escuchar como esa bestia le desgarraba el pecho a mi pobre can. ¡Esa cosa lo mato y me lo devolvió! No pude hacer nada para evitarlo. Era mi único compañero, y ahora yacía muerto en mis brazos. Lancé un grito de impotencia. Esa cosa no es humana. Pero le teme a la luz. En ese momento me creí superior a esa bestia. La muerte de Vito me enfureció. Me creí capaz de vencerla. Fui corriendo hacia allí, pero en el camino tropecé con algo, una silla creo. Y ahí si, el gemido de la bestia fue realmente ensordecedor, de otro mundo sin dudas, nunca antes percibido por un oído humano. Y me dejó sordo. Mis oídos sangraron. El dolor es insoportable. Me arrastre como pude hacia el otro extremo de la biblioteca. Apoye la espalda contra la pared. Y acá estoy, esperando mi muerte enfrente de ese demonio sin nombre. Me mira con desprecio. No parpadea. Sabe que me queda poco tiempo. Apenas puedo escribir. Puedo sentir su respiración. Se que solo me queda una chance, y es con el cuchillo en la oscuridad. Parece disfrutar el momento. Sabe que me tiene en sus garras. A pesar de no escuchar casi nada, puedo sentir como cae al suelo su baba gelatinosa. El cadáver de Vito esta ahí, desgarrado por sus terribles garras. Quizá dentro de poco también va a estar el mío. Pero se lo que es y también como llegó hasta aquí. Hace poco leí un libro de ciencias ocultas. Había una invocación allí a unos extraños seres de la luna, ocultos por siempre en su lado oscuro. No recuerdo haberlo leído en voz alta, aunque tal vez alguna extraña fuerza me hizo pronunciar esos maléficos versos. Pero si, ahora recuerdo ese sueño que tuve ayer. Fue peor que una pesadilla. Volé por esos prados, esos caminos llenos de cráteres y árboles incomprensibles. Visite los palacios de Kehn, recorrí sus gigantescos pasillos. Visite al gran Khadu. Si, él vino por mí. Ese ser bajó directo de la luna hacia mi sótano. Tiene que haber curvado los ángulos. ¿Acaso estoy enloqueciendo? La vela se consume. Ya me queda poco. A medida que se consume la vela, se acerca un poco más. Y sus ojos, sus ojos son enormes y deformes. Nunca tuve tanto miedo en mi vida. La oscuridad me esta alcanzando. Me tiembla todo el cuerpo, ya no soporto mas el olor ni el frió. Y el dolor en mis oídos, es insoportable. Jamás tendría que haber leído ese libro. Debo haberlo invocado en ese sueño. Estoy ante un ser estelar y monstruoso. Oh Dios, perdóname, ¿Que he hecho? Oh, Astarté, ayúdame, bella dama de la noche… Imágenes encantadas de cráteres y cuevas oscuras recorren mi mente. Oh no, ya llega. Ya casi acaba. Un sudor frió recorre mi cuerpo. Oh bella luna, ya te vislumbraré con tus blancos encantos, si, ¡tus hermosos encantos! Oh si, tu oscuridad resplandeciente. Si, estoy enloqueciendo, ya no se ni lo que escribo. Si, oh, bella luna, si ¡mi dama plateada! Ya casi se derrite toda la cera. Tengo el cuchillo. Solo tengo una chance. Solo una y es en la oscuridad. La vela se consume. Si, me quedan segundos. Oh Astarté, reina de la noche, oh mi reina… Ya puedo sentir tu luz sobre mi cuerpo. Si, ya viene. Esos malditos ojos, ya puedo sentirlos. La vela se consume. Preparo el cuchillo. ¡Oh Astarté! Ya viene, si ya viene. Se apaga la vela, ¡Oh Astarté, hermosa y brillante! Si ya viene, ya vie…

La pared invisible

Con frecuencia, en las noches de verano, me levanto y salgo al jardín para tomar un poco de aire fresco. Pero un caluroso domingo de diciembre me pasó algo excepcional que se repitió durante varios días. Como de costumbre, me levanté alrededor de las tres de la mañana. Esa era la hora en que me despertaba y no podía volver a conciliar el sueño. En estos casos, solo me calma tomar un poco de aire puro y poder contemplar las estrellas durante varios minutos. Me fascinan las estrellas. Siempre me pregunto si no habrá alguien situado allí, parado en algún otro jardín, observando nuestro hermoso planeta Tierra. Pero volviendo a lo que me sucedió esa noche, lo primero que hice, luego de darle un cálido beso a mi esposa, fue ir hacia la heladera y tomar un poco de jugo natural de naranja. Sació mi sed, pero debía seguir con mi esperado ritual nocturno. Prendí la televisión solo por un instante, para chequear el estado del tiempo. Las condiciones meteorológicas eran favorables, como para poder ver las estrellas sin ningún tipo de nubosidad peligrosa. Apagué la tele. Me dispuse a salir al jardín. Levanté la persiana. Moví el seguro de la puerta de vidrio, y luego la abrí de par en par. Daisy se dio cuenta de esto y acudió a mi llamado, saliendo corriendo desesperadamente de su cucha. Pero al querer atravesar la puerta de vidrio, reboté contra una especie de pared. Al principio me pareció una tontería, y me froté bien los ojos como para corroborar que estaba despierto. Además aclaro que no fumo ni tomo drogas y que esa noche no había tomado alcohol. Intenté cruzar la puerta nuevamente. Pero otra vez me choqué con algo duro. Era algo increíble. Me empecé a poner nervioso. Arrimé mi mano derecha hacia eso. Y tal como lo esperaba, toqué algo bien duro y firme. Sin lugar a dudas era una especie de pared invisible, que no me dejaba atravesar la puerta. Me acerqué para observarla detenidamente. No había nada. Ningún signo de algún tipo de material, nada de nada. Mi perra me miraba desconcertada del otro lado. Movía su cabeza hacia los costados e intentaba raspar la pared con sus garras. Lloraba la pobre. Intenté mantener la calma, tenía que haber alguna explicación racional para esa extraña cosa que tenía delante mío. Pero en ese momento no se me ocurrió ninguna. Volví hacia el sofá y encendí la televisión. Es terrible lo poco interesante que es la TV a las tres y media de la mañana. Hice zapping durante algunos minutos, hasta que no aguanté más y volví a la carga nuevamente. No podía soportar la idea de no poder salir a mi propio jardín. Intenté atravesarla por tercera vez. Pero nuevamente reboté contra esa estúpida pared invisible. Empecé a preocuparme por mi salud mental. Pero mi perra seguía esperando del otro lado. Y ella también la sentía. Luego de ese último intento, me enfurecí, quizá demasiado. Primero le tiré un manotazo, luego otro. Parecía inquebrantable. Empecé a tirarle trompadas, luego patadas. Mis manos estaban rojas ya de tantos golpes. Por último, intenté derribarla de un cuerpazo. Pero fue en vano. La pared invisible seguía allí, firme y orgullosa. De repente, apareció mi mujer. Me sentí muy avergonzado. De acuerdo a como me miró, mi aspecto debía ser terrible. Pero ella tenía otros planes para esa noche. “Vení mi amor, volvamos a la cama, ¿Querés?” me dijo con esa mirada tan dulce y seductora. No me pude resistir. Esa noche hicimos el amor como hacía tiempo no lo hacíamos. Ella quedó encantada. Y yo me sentía con más energías que nunca. Pero no le quise contar nada sobre la pared. Sin lugar a dudas me creería un loco. A la mañana siguiente, pude salir por la puerta sin problemas, al igual que durante el resto del día. A la noche, como de costumbre, volví a levantarme a las tres de la mañana. Otra vez el mismo ritual del jugo de naranja y el canal del tiempo. Abrí la persiana, moví el seguro de la puerta y la abrí por completo. Esta vez no intenté pasar como un loco. Por alguna extraña razón, sabía que la puerta invisible estaba allí. Apoyé las dos palmas de mi mano sobre ella. Pude sentir una energía increíble que brotaba de ella. Cerré los ojos y me imaginé flotando por el espacio exterior. Sobrevolaba nuestro planeta, rozaba la luna, me sentí cerca de Marte. Me atrevo a decir que fue la sensación más gratificante que tuve en mi vida. No se cuanto tiempo habré estado allí. Pero sentí que ya era suficiente. Cerré la puerta y la persiana. Volví a mi habitación. Mi mujer sintió mi energía. Y otra vez hicimos el amor, pero esa vez fue mejor aún que la noche anterior. Es muy difícil explicarlo con palabras, pero me sentía más vivo que nunca. Al otro día todo se desarrolló con una sonrisa y el buen humor volvió a reinar en la casa. Me empezaba a preguntar si esa extraña pared tendría alguna especie de “poder” o algo por el estilo. Como por arte de magia, en mi trabajo me empezaron a salir bien las cosas. Me ascendieron de simple empleado administrativo a gerente general de la empresa. Esa misma tarde me llamaron mis padres, invitándome a cenar a su nueva casa. Hacía años que no hablábamos. A la noche siguiente, volví a tocar la pared. Y otra vez tuvimos una mágica noche de sexo con mi mujer. No digo que mi vida era mala antes de que apareciera esa extraña pared, pero desde que había entrado en contacto con ella, todas las cosas en mi vida habían empezado a mejorar. Y así se pasó toda esa semana, sin lugar a dudas la mejor de mi vida. Todas las noches me levantaba a las tres de la mañana e iba en busca de mi mágica pared invisible. Y cada hora que transcurría eran todas buenas noticias y un inusitado buen humor. Con mi mujer pasábamos nuestro mejor momento desde que estábamos juntos. Planeábamos casarnos y tener dos hermosos hijos. Hasta que llegó esa fatídica noche de domingo, justo el día en que se cumplía una semana desde la aparición de la pared. Me levanté a las tres de la mañana y realicé el mismo ritual de siempre. Tomé mi jugo y luego me fijé el clima en la TV. Abrí la puerta de vidrio y me dispuse a tocar la pared. Una extraña sensación recorrió mi cuerpo. Pero para sorpresa mía, mi mano siguió de largo y solo se chocó con partículas de aire. Sí, tal como lo presentía, la pared invisible se había ido. Atravesé la puerta de lado a lado. Fue tal mi sensación de tristeza e impotencia que me desplomé sobre el césped y me largué a llorar como un niño. Sentí que me quedaba sin energías. ¿Cómo podría seguir con mi hermosa y floreciente vida sin mi única fuente de inspiración? Luego de su desaparición, mi vida decayó barranca abajo. Mi mujer nunca pudo comprender mi eterna depresión. Me dejó hace más de un año. Hace seis meses que me despidieron del trabajo. Tuve que hipotecar mi casa y seguramente dentro de poco la van a rematar. Casi no duermo de noche. Pero eso ya no me importa. Por las noches me siento en el centro del jardín y espero alguna señal de las estrellas. Se que ellas me pueden escuchar. Sólo necesito a mi pared invisible una noche más. Todos los días rezo para que regrese. Se que volverá muy pronto. La puedo sentir. Y recién ese día volveré a ser yo mismo nuevamente.